Gonzalo Artal Hahn

2.6.07

.....................................Aguijón

La historia es más o menos así. Máximo Ossio conoció a Evita Placeres un lunes en la tarde, un lunes que ellos denominaron “ese día”, el que sin querer queriendo, los marcó para siempre.

“Mujer, no me dejes así, no me dejes tan solo… no quiero sufrir”.

Pese a que nunca expresaron lo que sentían, ambos consideraban que el amor sin admiración calificaba como amistad, lo que de todas formas no tuvo nada que ver con que sumaran más encuentros ocasionales, en los que sin mucha prisa y hartas pausas, intercambiaban estados y listados de conformismo. Que por qué ella, que siempre, pero siempre, al él le había tocado bailar con la fea. Que qué va y qué iba, pero que así era y de chistar, aunque nunca fue tomado como un consenso, ni hablar. No tenía sentido.

“Vivir, es mi amor, una tortura para mí…”

Hasta que sin proponérselo, Máximo, de contradictoria naturaleza, mezcla explosiva entre su hiperventilado deseo de forzar los límites y aquella intermitente, pero no menos indecorosa apatía, estalló, y si bien nunca verbalizó sus deseos, seguramente por considerarla una empresa que requería de sudoroso rigor para hallar respuestas, terminó por obsesionarse. Nunca más pudo apartar de su mente a su Eva, quien presumiblemente sin tomar en cuenta sus sentimientos, de pura precavida, decidió apartarse del peligro.

“Si vos no estas conmigo no puedo dormir, no puedo respirar…”

Eso sí, su evasión no surtió efecto. Al parecer, el destino se empeñaba en ponerlos en frente. De hecho fue un lunes, otro, que nunca tuvo adjetivo en común, el que puso término a su no relación. El venía escabulléndose victoriosamente de una importante reunión pauteada con meses de antelación, y ella, no había visto con buenos ojos la idea de acompañar a sus colegas a sorber esos batidos y humeantes cafés con los que festejaban, o festinaban, con la ganadora del viaje del año; premio al que por esas cosas de su corta vida, nunca quiso postularse.

“Prefiero yo dejar que el aguijón me mate, y así pronto olvidar…”

Al contemplarla, Máximo dejó escapar una sonrisa nada trabajada, de esas que se tienen cuando se siente que se quiere, o al menos se está a gusto, lo que Evita percibió como una amenaza. Sin titubear, bajó la mirada. Se mordió el labio y estalló en llanto.
El quiso abrazarla y no pudo.
Justo Ossio jamás vería la luz.

“Y así pronto olvidar...”

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