¡Auto!
La pelota pegó en la cuneta y
dio un salto gigante que ni el Nano la agarró.
Debían ser como las cinco y algo
y aún no estaba claro quienes se iban a ir atrás del furgón de los Palominos.
No agarrar los 37 o quedarse con
los chuteadores sin cordones desmotivaba a cualquiera que le tocara buscar, al
último, el par perdido en el saco.
La cosa es que aunque logré
bajarla y dejarla chanchita, el Laika miró de reojo y levantó la mano.
Todos acusaron y viciaron la jugada.
Todos acusaron y viciaron la jugada.
Venía un auto. Había que
desarmar el arco.
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