Gonzalo Artal Hahn

2.12.12

¡Auto!


La pelota pegó en la cuneta y dio un salto gigante que ni el Nano la agarró. 
Debían ser como las cinco y algo y aún no estaba claro quienes se iban a ir atrás del furgón de los Palominos.
No agarrar los 37 o quedarse con los chuteadores sin cordones desmotivaba a cualquiera que le tocara buscar, al último, el par perdido en el saco.
La cosa es que aunque logré bajarla y dejarla chanchita, el Laika miró de reojo y levantó la mano. 
Todos acusaron y viciaron la jugada.
Venía un auto. Había que desarmar el arco.

Deje de mirar pal lao



Si un buen día decretasen la oportunidad de hacer lo que la gente quisiera, que bien podría darse cuando la gente quisiera, y todo lo expresado -verbalizado o no- se les cumpliera, es bien probable que lo más concertado no sean brillos ni bacanales, sino funerales.

¿Tiempos perdidos?



Le trató de explicar la importancia del respeto, que no pega ni junta con el miedo, y le habló por algunos minutos sobre lo simpático que puede llegar a ser la admiración. Otro de los buenos pasos hacia el amor.
Eso sí, no quiso marearlo con frases tan hechas sobre poner mejillas y usar los mismos zapatos –la analogía del burro podía ser fatal- y pese a los esfuerzos por remarcar que esas actitudes no le hacían bien a nadie, el aludido respondió.
¡Aaaahhhh! Pá qué pó. Paqueeéééeeepó.
No mostró sus dientes, pero se marchó.


 
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