Gonzalo Artal Hahn

23.6.06

!El pisco es del que se lo toma!


“Lo que pasa es que el pisco tú lo llevas para un cumpleaños pe; no es para todos los días ¿Manyas? Por eso en Perú se toma tanta cuba libre, porque el ron es barato pe, en cambio el pisco es refinado, caro y para ocasiones especiales”, fue la respuesta de Laurita, mi chibolita a la que le consulté, un tanto desafiante, porqué en su tierra defendían tanto al pisco si pescaban mucho más al ron. Claro, ella no tenía dudas de que el brebaje parrense era de ellos, los de la tierra del Rimac, dueños de la cebolla morá, los ceviches con conchas negras, los manís serranos, las cremoladas y los carros sangucheros; del Colca, la Cruz del cóndor, el Misti, Chachani y Picchu Picchu; de Camaná, Mollendo y Miraflores.

“Por algo hay una ciudad que se llama así, un puerto por donde se exportaba aguardiente de uva a España desde los tiempos de la Colonia, por lo que no es rebautizada como la de ustedes. Esa que está en la Cuarta Región”, decía con precisión teutona esta esmirriada criatura nacida entre las piedras de trece ángulos, de los cuatro suyos, el Puma, la Serpiente y el Cóndor; los salones imperiales de Ormeños y Cruz del Sur, al ladito del otro Kamikaze, del Mama Africa, Ukukus y el Up Town; de Sacsayhuamán, los Apus, el Cienciano, Urubamba, Vilcabamba, el Macchu, el Wayna, Pisac y Ollantaytambo....

Yo le decía que filo, que fuera de los dos o de nadie. Que qué importaba si el Singani era checo o eslovaco o que el Pintatani lo embarrilaran en Colchagua en vez de Codpa, si al final, lo podías disfrutar igual. ¿O no? Pero dale. Ella movía su cabeza de un lado para otro. Sin hablar, mordiéndose el labio y mirando con cara de qué parte no entiendes pe’s. Es así y punto, no seas meloso, repetía con la misma bronca con la que Pantaleón Pantoja miraba al Chinche, con la misma fatiga de los cabros de Bayly o el mismo cansancio de algunos estresados por esa constante búsqueda que plantea Bryce Echenique...

A mi me gustaba. Ella, su defensa y el pisco. De hecho, tenía senos de uvita. Chiquititos, brillantes y algo ácidos. Y claro, con pepas. Y aunque no voy a hablar de secretos de alcoba ni nada parecido, puedo decir que las relaciones bilaterales distaban mucho de las disputas costeras y acuosas con la que se han movido nuestros países.
“Mira. La práctica aconseja beberse la piscola con harto hielo, de pocos besitos, pero lo mejor es tener la dicha de rellenarlo, sin culpas, una y otra vez con ese brebaje alegre y corajudo de nuestras uvas. O las de Perú. Da lo mismo”, le decía parafraseando algo que leí en google mientras me servía otro cortito y le estiraba la trompita, la que mi vieja mandó a hacer en Santiago, pero parió, con fórceps y todo, en Antofagasta, pero que trajo casi al toque a Iquique, que fue tierra del Huáscar, Grau, Gracilazo de la Vega, Tupac Amaru, Sendero Luminoso; la cuna de Augusto Ferrando, Magali, la Urraca de la TV, la señorita Laura, el hueón patuo de Fujimori, el vacuna de Vladimiro Montecinos y el aún más fresco de raja de Alan García...

“No, el pisco es sin bebida”, contestaba ya con las cejas enyeguesidas, un espolonazo que daba pie para hablar de la “denominación de origen” y otras hierbas, que a esa altura, amparado en el amor universal que nos profesábamos, podía ser casera local, prensá paraguaya, la orange hidropónica de Amsterdam o el skank limeño, esa ciudad de cerros borrascosos y demasiados contrastes que alberga la calle de las pizzas, Miraflores, Barranco, Larcomar, el Bizarro, el Muelle Uno, el Boulevard Los Olivos, al Penal de Lurigancho y el Tequila, la alternativa a los que les gustaba ir a escuchar a Pedro Suárez Verti y su me estoy enamorando, un hit bien paja que sonaba en todas las fiestas de 15...

“El pisco, así como la piscola, son de quien se la toma y punto”, le decía y me servía, parapetado en que mi argumento, que se cimentaba en que realmente daba la misma guea. “La piscola si, es chilena. El pisco es peruano”, sentenció. Segundo espolonazo. Al abordaje.
“¿Te hay metido alguna vez a una piscina de madrugada con un copete en la mano? ¿Cantando hueas? Los piratas. El himno del colegio Qué se yo. ¿Te importa de dónde viene el líquido? ¿porque sabis pa dónde va?”, le dije ya envalentonao, antes que me saliera con que las papas a la huaycaina, y no las de huancaína, son de ellos y no de la Huayca. Estaba enojao. Estaba nublao.

Después, al otro día, cuando quizás cuantos chinos se chantaban sakes y su vieja me despertó para atacar el mondonguito, apareció la caña, que si fue sólo mía, pero que capié con ella, que es de la tierra del Rimac, la cebolla morá, los ceviches con conchas negras, los manís serranos, las cremoladas... Ese día brindamos abrazaditos. Le gusta posco.

Me cansé

Me cansé. Me cansé de mí. De las cosas. De las situaciones. De mis caídas. Me aburrí.. Me aburrí de lo de siempre, me aburrí de las historias, me aburrí de la incertidumbre, de mi vulnerabilidad, pero también me aburrí de la gente, me aburrí que vayan y vengan, y vengan y vayan...
Me cansé de ti. Sí, de ti. De él, de ella, de aquél y del de más allá también. Me cansé de las letras, los sonidos, las canciones, las casas, lo que se ve, lo que se esconde; de lo que se muestra. Me cansé de las palabras que no se escuchan, de los silencios, los ruidos, del día, de la noche. Acá, allá, de todo. También me cansé de tú cara, de mi cara, de cómo me siento... y qué decir de mis tontas niñerías. Me aburrí de mi circunstancia. De la incertidumbre que me mata!!!
Lo más triste es que me aburrí de mí. De esto, de expresarme mejor por medio de letras. Me aburrí de callar, de oír, de seguir y cambiar. Me cansé de armarme historias, de hablar hueas, de esperar no sé que.
Hoy me escondo cuan avestruz .................................OcaValita

22.6.06

Ultimo Verano

“Ultimo verano” se acercó rengueando para tantear por décima quinta vez mi mano derecha, la única parte del cuerpo que atinaba a responder al mosquerío y las peticiones caninas. A esa altura, enfocar era inútil y recopilar antecedentes de la noche anterior se convertía en una descarga de lamentos que bloqueaba cualquier intento por hilvanar secuencias. De ahí a animarme y detener con otras extremidades los ataques de cualquier bicho –es que también habían unas especies de escarabajos diminutos que mordisqueaban la raja- me parecía tan estrafalario como desgastante. Y así, entre bostezos y estornudos me mantuve un buen rato.
Estábamos yo y mis tercianas. El amanecer espantando a la bruma; el perro con sus requerimientos, que a esa altura juraría que eran los mismos que los míos, y las moscas con sus porfiadas embestidas, que de verdad no sé que chucha buscan. Algo que en todo caso tampoco tengo muy claro.
De muecas e intentos por abrir definitivamente los ojos, ni hablar.

A eso de las nueve con veinte, la hora en que el sol comenzaba a interferir en las cabezas de todos los que alborotaban la playa, “Ultimo verano” -bautizado en el campamento de al lado como “Dingo Cabezón”- también sintió en su ceño lo que cuesta desafiar al temible productor de patas de gallo. Es que aunque parecían ser los últimos rayos que lograría sortear en su agazapada vida, su preocupación iba más por recibir palmotazos para continuar jadeando que intentar arrancar de su suerte/muerte, que estaba echada a los pies de la carpa. Ese cuchitril de dos metros semi cuadrados de indecorosa apariencia, dueña de una mezcla de hedores insoportables que frenaban cualquier intento de alegría. Todo, producto de la ingesta desproporcionada de embutidos y brebajes frutosos, así como de los escasos deseos de emular las tediosas mañanas de aseo previas al encuentro con la oficina; ese cubículo de dos metros exageradamente cuadrados y de enervante pulcritud en los que había pasado mis últimos cuatro años, donde por cierto, conocí a la Gianella, mi compañera en ésta y otras -por entonces más simpáticas- aventuras.

“¿Cuántos años habrás intercambiado miradas penosas? ¿Cuántos nombres habrás aceptado con tal de menear su extraño chongo y recibir restos de fideos quemaos o un ala chupá?, de esas que se entregan con la eterna culpa de que si te astillan, cooperai”, le dije con tonito de sermón sin soltarle la barbilla, la que zamarreé y solo solté con la sentencia:

-“Perro e mierda”, le enrostré seco, mirándolo a sus extasiados ojos.

-“¿Y qué voh no hacis lo mismo?”.

Solté una carcajada breve y quejumbrosa. Me pasé involuntariamente la mano con arena por el ojo, pero igual traté de poner las cosas en su lugar.

-“Ahora no me vay a salir con que soy consejero poh perro mal ensamblao”, repuse amparándome en su cortísima cola, que a pesar de ser enana, igual alcanzaba a ondularse y escarmenarse, algo que no tenía nada que ver con el resto del armatoste.

-“¿Ah, maleecho?”, repetí refregándole los ojos, acto poco cariñoso pero nunca en mala, que respondió clavándome sus desgastados colmillos en mi muñeca.

-“¿Entonces no?, no hacis lo mismo”, volví a escuchar mientras mi mano izquierda volvió a la vida para solidarizar con el par lastimado. La pregunta volvía a formularse, acompañada ahora de un “responde poh” y ese infaltable hueoneo; demasiada confianza para un cuadrúpedo con el que sólo llevaba tres días de confesiones y miradas condescendientes.
-“¡Oye, un guía espiritual no juzga!”, me limite a decir apretujándole, a dos manos, la babosa quijada. Otro mordisco, está vez con algo más de saña cerca del codo de la mano lastimada, un acto reflejo que incluyó una mirada desafiante, de esas que de cuando en cuando uno suele recibir después de un comentario que una tontorrona grave, manos en jarra y con cara de todo me da asco, halló extremadamente desubicao...

-“Caamiiiina”, alegué crispando los dedos, mostrando las encías teñidas y arrugando la nariz. Casi estornudo otra vez, pero apliqué la fórmula de los adictos a la clorfenamina maleato: poner las dos fosas de un lado del tabique y aguantar su resto la respiración...

-“Chao. Ah ya. Sería todo. Camina. Esas son tus únicas maneras de resolver conflictos”, insistió el vozarrón pastoso, que luego de refunfuñar algo del cierre y mi torpeza para desenrollar mis madejas de ataos, se fundió con la boca morada de la Giane, la que hacía juego con sus ojos inyectados a causa de los botellines de Carmen de Margaux que nos trajimos de la última cena de la pega. Ahí, envalentonado con la sobredosis de los punzantes taninos, me puse parlanchín y tuve la brillante idea de proponerle este “piquecito”, un viaje que al no ser planeado, debía ser prometedor.

-“Así que libreteando perros”, dije sin soltar una sonrisita forzada.

“Eso, o simplemente quedarse callado, porque bien bueno eris pa hacerte el hueón desentendido. Pendejo, eso es lo que eris, un pendejo, chorito al peo no más”, continúo mientras luchaba por sacarse las zapatillas, que a esa hora estaban de más, y que anoche, previo a la discusión, también lo estaban.

-“Moñomoñoñooo...”, fue lo primero que atiné a soltar en frecuencia marciana, una respuesta comodín anti ataque que sólo debe hacerse con el cuello en constante movimiento y la jeta desguañangada, la que en esa oportunidad terminé incrustándole una sonrisa más burlona, pero más mía que la anterior...

-“¿Viste? ¿Viste? lo que pasa que para ti todo es chiste”.

-“!Libretista de perros y pallao’ra! Nada de mal pa una contao’ra ño”...

Las carcajadas no le ayudaron a soltar el último nudo que se oponía a desnudar sus pies, esos que vaya a saber uno, andaban más descubiertos en la oficina que en la playa. Es que a la Giane no le gustaba desplegar carpas y atender ollas donde nunca entran todos los ingredientes a liquidar, pero por una extraña razón, no lo decía. Eso de cargar con los secretos de aquellas paredes que contabilizaban nuestras horas de producción debían fomentar su mutismo, instancia que sólo se rompía para acertar en los defectos de otros, o se maximizaba, para enumerar los míos. Terco, fanfarrón, zarrapastroso, ególatra e hipocondríaco, eran los primeros cinco que siempre tenía a la mano, dardos que cuando se tienen asumidos, pierden veneno.

De hecho no recuerdo haber pasado otro fin de semana, bajo telas y frente al mar con ella, porque salvo el viaje a esa casa del “litoral central” donde no había velas ni ruidos de motor, nunca más la vi descalza ni tan linda como ese día, en el que entre muchas otras risotadas cortamos el cordón de la maldita zapatilla con una concha de ostión, y con navajuelas en los nudillos de los índices, nos juramentamos seguir siendo compañeros de escapadas post balances; ese día en que nos dimos los últimos besos con sabor a frutilla y conchos de Margoux, ese mismo día en el que me enteré porqué chucha querían despedirme.

Ese fue el mismo día en que “Ultimo verano” regresó a compartir las alas de pollo que quedaban y a recibir sus últimos palmotazos; el mismo día en el que con su cola mal hecha, ondulada y escarmenada, no pudo seguir jadeando de cara al sol. No fue una astilla, el enajenado sol ni otra discusión. Yo cacho que simplemente debía partir.

21.6.06

¿Para Hoy?


00:01. Una chiquitita bastante simpaticona pasa y no me mira. No hizo como que no me veía, sino que simplemente no se percató de mi presencia. Pasó mientras yo insistía en mordisquearme el labio y taladrar el piso con la planta del pie. Era guapa, como las últimas dos flacuchas que seguí con la mirada hace un rato. Las que tampoco miraron.
Apreté por decimoquinta vez mi tabique y esbocé una mueca. No tenía sueño. Algo de hambre quizá, pero no más que otras veces. Bajé la ventana y absorbí la brisa de Cavancha. Repasé un par de goles que hice jugando en esas tardes de piqueros y traté de enumerar los vasos que había secado anoche, clasificando en dos tipos las últimas metidas de patas: tontera y sordera.

00:03. Estaba en eso cuando me acordé del atao que tuve con mi vieja. Esa vez que le reclamé porque la ‘desubica’ no me había revuelto el té. Pura malacrianza.
Cerré los ojos, sentí presión en los cachetes y solté una risilla que en mi caja toráxica se sintió más como un sollozo. Esa vez la mini reyerta comenzó con cucharas salpicando azúcar y terminó, con su máxima: “Siempre estay buscando lo que no se te perdió”, su frase predilecta en toda discusión. O bien, lo último que se le escuchaba nítido, porque llegaba a su pieza y seguía refunfuñando.

00:10. Mi improvisado compañero debía ir con rumbo a la playa, a surfear; sino no se explicaba el rayfilter de madrugada. Pensé en hablarle de Máncora, de las habitaciones con nombre de peces o pescaos, de los chifles, las papas rellenas, las cremoladas y los mangos duraznos, pero opté por apretarme y empujar hacia delante la parte baja de la espalda. Hice eso y estiré la trompa.

00:17. No estoy enamorado. La Pancha me gusta su resto, pero si me gustara tanto no sería tan, no sé ¿Mirón? Califa. ¡Sapo! ¡Qué se yo!. Igual me jode confesarlo, pero es re difícil seguirla. Es que uno cree que va a saltitos con ella por el senderillo de la vida cuando paff... se arranca.
Igual es rico buscarla, sentir que mis patas de pato trastabillan y se enredan por querer agarrarla para robarle unos minutos, oler su indiferencia y sintonizar la mirada aunque sea un ratito. Cinco, seis, siete pestañeos y paff...

00:21. “Mujer, no me dejes así... no me dejes tan solo, no quiero sufrir”. Hurgueteo la mochila y cacho que con las pilas que me quedan no llego ni a la esquina. Sigo tarareando a Los Cadillacs y enciendo el debate. Vicentico sostiene que todo el peso caerá sobre ella, que para él es vos, y no sé, me dio por saber cuál es la diferencia entre acarrear un ave mayo en la mochila o llevármelo puesto. ¿Cuánto peso aguantamos? ¿Cuánto es nuestro? ¿Cuánto nos recarga la culpa?
“Y tú mirada, la llevo encima, la llevo atada a mi corazón, y para siempre, se va conmigo, está clavada como un aguijón...”

00:27. ¿Va al terminal de buses? Pregunta una señora con evidente sobrepeso. Claro, suba, responde el colectivero, que desde hace rato no deja de despotricar contra los Patos Yecos, unas aves que más que piar graznan como chanchos, y que tal como dijo el cincuentón, “cagan como malos de la cabeza”.
El del rayfilter, que ya era un hecho que viajaba a surfear, se corrió a regañadientes y la señora se embutió como pudo. Yo, mis pocas pilas y el ave mayo, una mitad dentro y otra en la mano, íbamos enfrascados en 40 centímetros de emoción rutera.

00:30. A la Pancha me la imagino en Florencia, sacando esas fotos de secuencia al Duomo, desde los techos o las calles arcillosas, donde las cámaras compiten con las vespas y los vitrales para reflectar rayos de luz, como si la ciudad no tuviera su propia luminosidad. Obvio que las pegaría todas juntas y haría esas esferas que le encantan, esas que gracias a un piquete de alfiler le permiten repasar sus estadías. Me la imagino ahí o en Montecarlo, con su parca y su maldita libreta estadística, rayando con la pista, las curvas y la combustión ensordecedora de la Fórmula Uno. “Punta y taco guatón. Punta y taco. ¿Viste? ¿Viste? Sin frenar...

00:32. Nos bajamos todos, pero el del rayfilter fue el único que no le dio las gracias al cincuentón. Sus motivos tendrá me dije, el idioma, que se yo, no dejando del todo esa imagen de la Pancha por Mónaco, por el Mediterráneo, esa costa pedregosa que puta que debe envidiar nuestras arenas, pero que cuando las fotografían, agarra unos colores como para no aburrirse esperando la siguiente tonalidad.
En Septiembre, si seguimos juntos, puede ser.

00:33. Saco el cartel de cerrado y como las últimas noches de verano retomo mi labor. Boto el aire y esbozo la primera mueca receptiva...
-“Dos pasajes a Antofagasta por favor”
- ¿Para hoy?

¿Los Patos nos vigilan?.


Iquique es tierra de Patos; de los buenos y de los malos. Riveros Olavarría, quien en extricto rigor era más bien Papapato, es uno de los guenos, porque a pesar de que muchos lo reconocían más como Mulero que Riveros, el creador de Tartamudeando de Libros era uno de los cinco o seis escritores chilenos que podía vivir de sus creaciones. !Chu-chupense e-esa!.
Algunas historietas las sacó de las pegás de platino que lo acompañaron en sus odiseas en Holanda y Cuba, tierras en las que perfeccionó su manía de contar historias y sacó un cartón de periodista que usó para aparecer en los medios locales, como El Nortino, ese cité donde en mis primeros años re-edité día a día la maqueta que me incrustaron en la universidad. Afortunadamente en esas mismas volteretas salió el Mango, en el que Papapato, quien tenía cierto temor a perder su condición, armaba las contraportadas, una columna esperada en la que le sacaba palabras al empiluchado o la tontorrona exhuberante de turno, las que eran pa cagarse de la risa. Ahí también estaba el Tuto Ramos, quien comentaba en el creible pero incierto, lo que también me ayudó a soltar la manopla y contar historias... como ésta, la del Pato Riveros Olavarría, quien en extricto rigor era más bien Papapato, uno de los cinco o seis escritores chilenos que podía vivir de sus creaciones. !Chu-chupense e-esa!.

Otros Patos iquiqueños son Contreras, Carpio y Cubillos, quienes fueron ex Dragones Celestes, también hubo uno Zapata, que una vez en El Nortino apareció como Pato "Zapallo" y está la Pata Pérez, quien actualmente ostenta el lugar del pato radical. También hay uno Iglesias y otro Sobrevilla, ambos periodistas de la Estrella, donde Riveros tamb,ién mandaba sus columnas. Y claro, estuvo por la costa el capitán de navío Lynch y está por el mismo sector uno de apellido Arrau, pero los que la llevan son los Phalacrocorax brasilianus, conocidos como Yecos o Guanayes, cormoranes que graznan como chancho y que tienen la mansa cagá en varios sectores de la costa, como el parque coronta de choclo, ahí al lado de Las Urracas, donde el que ande pajareando bajo las palmeras sin ápices, recibe su cuota de feca. Ah y el Pato Laguna, que jugué tenis con él, no es iquiqueño, sino que vivió como cuatro años acá...

Cavancha y tus goles son...


Los morey buggies chicles, esos que muchos pedimos pa la pascua y nos raspaban la guata, la misma delantera que antes adornábamos con el clásico superman de seis dedos -esa técnica perfeccionada de la escalopa- han sido cambiadas por tablas y kayaks. Las cámaras, esas en las que había que luchar por quedar al lado del pituto, debieron ceder sus espacios a los bananos arrastrados por motos acuáticas, así como los "chumbeques" y otros perros que ahora son rotulados como "vagos" cedieron sus espacios naturales a auquénidos y yacarés, templos instalados donde antes patinaban o pichangueabamos, como La Dragoncito, el mismo lugar desde donde fue tomada esta foto en abril del 2005.
Eso sí, aún hay cosas que perduran, ya que todavía es posible comer pan de huevo - lunas, berlines, cuchuflies, palmeras y cuanto embeleco pase a gamba o gamba algo, todavía existen los desafiantes campeonatos de playitas y en cualquier momento se puede armar una que otra pichanga, sobretodo en épocas con pocos visitantes o pocos salvavidas.
Es que lamentablemente la arena de Cavancha y Playa Brava se han transformado en los pocos escenarios gratuitos para pichanguear como era antes, en esa época donde teníamos canchas en la Avenida Aeropuerto, en el Terminal y cuanto lado se nos ocurriera, ya que solo había que gritar auto pa' parar el partido. Ese mismo tiempo en el que no parábamos de hacer goles en las diez patás o con las tapas forrás con papel celofán (calitas no era porque no existían los descaladores y si los destapadores) esos años en que dejábamos la bicicleta por horas en la esquina y nos mandábamos a cambiar para ir a gritarle a la Zunilda, unas veces pa corear "tús goles son..." y otras pa silenciarla...A mis veintitodos, de vez en cuando me da por repasar esas imágenes y pegarme con los goles de Jhony Cortéz o los de Dagoberto Donoso, siempre a poco del final; re-ver el penal que le tapó Erlich a La Calera, el salto de la reja de Azargado cuando el partido se iba y perder era una deshonra. Las patás de Russo con aplausos incluidos, los bailes de Pelluco con silbidos incluidos, la insistencia de Campanita con chuchas incluidas, la entrada de 600 pesos con la invitación de Don César Rossi incluida, el partido simultáneo del Colo Colo por TV cuando salieron campeones porque Iquique le ganó a Cobreloa, la calentura de Jaime Carreño cuando sentía que perdiendo se humillaba a todos los locales, que llegábamos al menos cuatro horas antes del partido... me pongo a repasar el 3-3 con el Colo Colo de Morón, Pizarro, Ormeño; la expulsión de Pellegrini y las puteas que se llevó en la Liguilla que casi dejó al CDI en la Libertadores, el 2-1 sobre Peñarol uruguayo que venía de ser Campeón de la misma copa, el 7-1 a Wanderes y el 9-0 al Osorno del Peineta Garcés que también subió a Primera ese año y ese maldito golazo que nos encajó Glaría cuando jugaba en Coquimbo. Entonces ahí, a pasitos de Cavancha, aprendí lo que era inexpugnable, a ver buen fútbol y a volverme mono con un equipo y una ciudad...


 
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