Gonzalo Artal Hahn

15.6.07

Entidades Gordamente Organizadas

El de las cachañas en espacios reducidos y los goles como el “Mencho” entró junto al capitán banca cuando de terrenos a campo traviesa se trata. Un poco antes lo había hecho el relacionador púbico, que gana la plata, el escritorcillo-filósofo frustrado, que lo quiere puro matar, y el eterno retenedor de proyectos con storys boards en carpetas manchadas con vino, que algo sospecha de esta tensa relación... y algo de partido pretende sacar.
De ahí fueron llegando el lánguido habilidoso, el suertudo de ocasión y el baboso que vive contemplando imágenes mil veces revisadas, quienes se acomodaron cerca del clásico refunfuñador de los diecisiete estornudos mañaneros anti-antihestamínicos y el desquisiado amante de la mayo con choclo y los ave pimentón. O ave con lo que sea, y mayo, una adicción que al parecer está siendo documentada por el escasamente riguroso estadista amante del word, y algo del excell.
El que se desvive por sostener, hasta secar, los vasos con vodka se dejó caer con el intragable pregonador de las síntesis noticiosas con escasa información, al menos fidedigna, y al verlos, el yutito de los cariños hizo un ademán algo violento para intentar formalizar un grupo aparte, lo que no le resultó ya que el sapo monosílabico dejó en evidencia el complot. "Ojo", habría gritado casí para sí, aunque logró advertir.
En esa misma esquina estaba sentado, enfocando con una ceja arriba, el coquetón timorato, quien asentía con la cabeza cada vez que el danzarín y a menudo sopiao, el mismo que se vuelve mono con los Cadillacs, le intentaba contagiar el ritmo con los dedos; una situación que el taimao hiperventilao, juraría, no aportaba absolutamente nada nuevo. ¿Por qué no vira?
Unos datos no menores, eso sí, bien pudieron ser que el maniaco atormentao pareció devolver, a su manera, un par de saludos; que el quejumbroso compliquete se sentó, de una, en el primer asiento que pilló y el curao odioso, amigo inseparable del chamullento que goza desafinando a destajo, por alguna extraña razón, no olía a rayos, ni a bollos ni a chicharo ni a tamales ni a chifles...
Si hasta el angustiante impaciente casi se dio un tiempo para esbozar una sonrisa antes de relatarle una historieta, algo urdida, al chorito al peo, el mismo que jamás pudo decirle a “Winnie Cooper” (todavía no puede llamarla por su nombre) que aún le encanta.
Y cuando la copia fome de Felo, fiel a sus fechorías, no dejaba ordenar las ideas de los pasos a seguir en la trigésima versión de la reunión anual de las Entidades Gordamente Organizadas, Ego, ya que ridiculizaba la gran mayoría de las aseveraciones del inconstante líder que estaba a cargo, vaya a saber cómo, de tan magno y celeberrimo del ritual, la puerta volvió a abrirse...
¿Y este quien e?, dijo para si mismo el taimao, y para el mundo, el del vodka ya sin vodka.
Era el zarrapastroso y bendito mochilero. Venía a ponerse al día...

4.6.07

...........................Guardián de Cerros

Temprano, después de organizar la escaramuza, sacamos a todos de sus camas.
Con óxido de zinc sobre los pómulos y un tanto más en la nariz, cómplices y el resto de la tropa, iniciamos el recorrido inmediatamente después de la numeración.
Corrimos para no quemarnos, y al llegar a la piedra de la lancha, alguien habló de los cangrejos mineros, su fuerte color anaranjado, las capturas con botellas de plástico y el tiempo que lleva sin divisar al menos uno; mientras que otro trató de explicarle a los más chicos la dimensión de los cuarteles bajo tierra en el que nos sentábamos a contar historias de miedo, como la del anillo con el “Tú me lo robaste” incluido, o bien, a chamullar constelaciones después de cavar, o ver cavar, por algo más de tres días.
Hablamos de los primeros acercamientos en las fogatas, pasando por el “Achimili Malongo”, el “Yo ya no quiero ser un cowboy” y el “Son de cocodrilos, son de orangután”; a las subidas en moto y la importancia de tener una. Hasta que cayó el primer herido: corte en un pie. La odisea recién comenzaba y nadie acumulaba esa callosidad que se requería para perseguir pirigüines en las pozas, encontrar el cenicero de loco más grande, la concha de ostión más naranja y llevarle a la Omi la Estrella de Mar más gigante que se requería para continuar la colección en la casa; la misma de los enchufes con caritas que tanto servían para capear la insolación y una que otra maña. Bueno, además de los sapitos.

-¿Te acordai Cepi? ¿Omi uno no má?
-Cheee ¿y los 11 panqueques?

Nos reímos con las anécdotas de los cubiertos en la axila, las pasás del chancho, los conciertos de ostión previos al variado menú post varazón; de lo mañosa que era la Vallella pa’ comer y lo mucho que sujetaba su cabeza refunfuñando con su monísima peluca de leoncillo, los yo nunca del Alan (¿que toma vino y tiene/tuvo aros y el pelo largo?) lo vestida que bajaban las más chicas a la playa cuando el care gallo se enyeguesía; los partidos de voley contra los reyes, el primer lugar en la comparsa disfrazados de Atlántida y de cómo pasamos del Diccionario al Ataque y después al Dudo, el Poker y el Kitty.
Mientras algunos volvían a salir del agua y una buena parte puteaba la construcción del camino, llegamos a la roca splash, y nos sentamos a reexperimentar como golpean, adictivamente, las conchillas. Nos acordamos que ahí jugábamos con brea, con las cámaras y su endemoniado pituto o con los tahi, que raspaban la guata en mala. Ahí mismo, fue donde probablemente vimos por primera vez un pulpo, una jaiba y nos enamoramos de las noctilucas, que cuando se tiraban (nos tiraban) los baldes, hacían mucho más fantástico el ya grato arte de cagar.

-¿Alguien ha conocido peos más armónicos y cantaditos que los de la Omi?
- Gonzaaaaalo, a coro la Sole y Marisol


Repasamos la historia del Gato Montés y el miedo que provocaba a quienes solían andar a oscuras cerca del cerro, cosa que ocurría. Claro, también hubo quienes se sinceraron y cuantificaron el número de escapes por la ventana mosquitera y otros, se remitieron a confesar sus primeros romances; con parejas y el alcohol.
Que el Control con Zuko, los melones injertados con jeringas, el “Afírmate Juan” y los tacos de Perinkovac. La noche mexicana, la italiana, la china y por supuesto, la alemana; los “tarf ig auchten”, “sero venientevus osa” y los “or sor sir leven” de todos los Glücklicher Geburtstag!!!

-¿Te acordai Pauly? ¿Curemos a la Daniela?
-Cheeee. ¿Y Maiquel Jakson?


Después de venerar las esporádica visitas del Opi a la playa, con la prensa incluida, y echarle en cara, con foto en mano, que en realidad él nooo dormía siesta, entonamos el “me gustaría compartir, la chispa de vivir...” poco antes de declarar, una vez más, que esa noche sería sin cortar el hilo.

-¿Cuánto falta?
- Vay a seguir hueón, me dijo Chanchote


Nos acordamos de los indios que descendían de los cerros, de las tres hachas, de los uuu del camino, del melón al que sepultamos con los Veneros de regreso a Calama y que visitábamos cada año antes de regresar a mi lugar predilecto en el mundo: y como si fuera poco, llegó mi historia favorita. La Omi habló de sus cerros morados, de lo lindo que combinaban con el mar celeste, la arena casi alba y los cerros mostaza que custodían las casas. Yo se los pedí una vez más, como en su cumpleaños 80, ese en que todos los mandriles gozamos como enajenados entre mariachis y el etílico cantante: ese en el que me dijo que iban a ser míos y del que los quisiera.

Omi. Yo los cuido.

2.6.07

.....................................Aguijón

La historia es más o menos así. Máximo Ossio conoció a Evita Placeres un lunes en la tarde, un lunes que ellos denominaron “ese día”, el que sin querer queriendo, los marcó para siempre.

“Mujer, no me dejes así, no me dejes tan solo… no quiero sufrir”.

Pese a que nunca expresaron lo que sentían, ambos consideraban que el amor sin admiración calificaba como amistad, lo que de todas formas no tuvo nada que ver con que sumaran más encuentros ocasionales, en los que sin mucha prisa y hartas pausas, intercambiaban estados y listados de conformismo. Que por qué ella, que siempre, pero siempre, al él le había tocado bailar con la fea. Que qué va y qué iba, pero que así era y de chistar, aunque nunca fue tomado como un consenso, ni hablar. No tenía sentido.

“Vivir, es mi amor, una tortura para mí…”

Hasta que sin proponérselo, Máximo, de contradictoria naturaleza, mezcla explosiva entre su hiperventilado deseo de forzar los límites y aquella intermitente, pero no menos indecorosa apatía, estalló, y si bien nunca verbalizó sus deseos, seguramente por considerarla una empresa que requería de sudoroso rigor para hallar respuestas, terminó por obsesionarse. Nunca más pudo apartar de su mente a su Eva, quien presumiblemente sin tomar en cuenta sus sentimientos, de pura precavida, decidió apartarse del peligro.

“Si vos no estas conmigo no puedo dormir, no puedo respirar…”

Eso sí, su evasión no surtió efecto. Al parecer, el destino se empeñaba en ponerlos en frente. De hecho fue un lunes, otro, que nunca tuvo adjetivo en común, el que puso término a su no relación. El venía escabulléndose victoriosamente de una importante reunión pauteada con meses de antelación, y ella, no había visto con buenos ojos la idea de acompañar a sus colegas a sorber esos batidos y humeantes cafés con los que festejaban, o festinaban, con la ganadora del viaje del año; premio al que por esas cosas de su corta vida, nunca quiso postularse.

“Prefiero yo dejar que el aguijón me mate, y así pronto olvidar…”

Al contemplarla, Máximo dejó escapar una sonrisa nada trabajada, de esas que se tienen cuando se siente que se quiere, o al menos se está a gusto, lo que Evita percibió como una amenaza. Sin titubear, bajó la mirada. Se mordió el labio y estalló en llanto.
El quiso abrazarla y no pudo.
Justo Ossio jamás vería la luz.

“Y así pronto olvidar...”


 
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